martes, 12 de febrero de 2013

Náufragos de palabras (2005)




Desde un alud de barros hasta ese paisaje de tipas y cañadas, incluyendo la marea que se tragó amores, amigos, vecinos, su poesía no se guarda nada, y en tres, seis líneas es capaz de mover figuras dentro de un paisaje que, sabemos, es el mundo diseñado por la especie. Griselda los describe “con los dientes estirados… como perros hambrientos en la estepa”.
            Ella se da el gusto de retorcer el siglo hasta la última gota –el que se fue y el que ahora nos vive-; ella despliega laberintos, se pierde a propósito y cuando creemos que ya no hay más por decir otro paso y nos encontraríamos con la bala de frente, pega una vuelta de tuerca y nos desgaja el secreto en las narices. Secreto que todos conocemos, pero que sólo el poeta es capaz de ponerlo en voz alta. Y ella sigue adelante estallando granadas –palabras- por cales y plazas, sólo, para que los fogonazos nos permitan ver lo que en la oscuridad está sucediendo.
Los versos de Griselda irrumpen desde lo más hondo y saltan como las olas, plenos de savia, corriendo veloces hacia la tierra, aún sabiendo que su único destino será estrellarse contra las rocas. Otros, se elevarán también, majestuosos, fatalmente perfectos, pero quedarán ahí, estáticos para siempre. Coronados de espuma en un ademán de ascenso interminable: belleza perenne, “nunca renunciantes”.
            Razón que condensa en la última línea: “Fallo sin más/ Escribo, grito y canto”.


Reyna Carranza
Mayo de 2005
EDICIONES DEL BOULEVARD

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