He concebido
este libro bajo la idea de hospicio. A modo de observación pude abordar los
límites, de los que ninguno de nosotros estamos a salvo.
La locura, el
amor y el destierro, conformando una trilogía que hurga en la razón de sentir.
Condenados
del vacío como metáfora, es un manifiesto donde convergen parte del
entendimiento, fragmentos de ideología y un camino inexorable: las
bifurcaciones del poema que se nace, se sucede y habrá de dar coletazos en un
final distante.
La mutación
de lo patético a lo poético, creo, no fue en vano.
Me adueñé de
estas páginas del principio al fin con el propósito de transmitir sin márgenes,
bajo mi entera responsabilidad. Por lo que cualquier imagen o aún línea que
carezca de ella y se suponga representativa de espacios y tiempos reales,
deberé rebatir con el argumento que sólo es casual.
Ante todo, el
que oficia en la palabra, observa y desarrolla, tomando de la realidad o
abstraído de ella.
El poema
siempre otorga la posibilidad de infinitas y diferentes lecturas. Al crearlos
sólo tuve una: intenté plasmar estados interiores. Fue entonces cuando entendí
que traerlos a luz era una causa justa.
Ella consiste
en haber aprendido a estar de frente al propio espanto y con el espanto/tabú de
quienes estamos fuera de un mundo que algunos sospechan, muchos padecen y la
gran mayoría estigmatiza.
La primera
vez que tuve la idea de hospicio supe de la urgencia de escribirla. De algún
modo debía este libro a quienes pudieron compartir esa idea. Pero también debí
decirles de está causa, a los del otro lado de las rejas, a los “libres” que
fueron intoxicando las palabras, a los vapuleadores consternados, espías sin
ideologías, fantoches del psicoanálisis y de las pitonisas, presos de sus
cabezas de importación, con las casas frías y los supuestos órdenes. Aturdidos
con sus pobres placeres, sórdidos y acostumbrados al ejercicio de las
estructuras. Bribones de la opulencia que viven señalando, histriones
académicos, tediosos, indirectos, inquisidores vulgares, ladrones de historias
ajenas, suspendidos, incapaces del salto. Tapados de las instituciones.
Inestables y mordaces, invasores redimidos, creídos y curados, ¿curados?
No obstante,
habría que disculparlos, pues como escribiera Ciorán: “No se vive, sino por
falta de saber”.
Los que
apostamos, resistiremos, pondremos murallas, levantaremos el corazón y la
cabeza, sólo por estar vivos.
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