Cuando Griselda apareció con su
manojo de hojas bajo el brazo, pensé en la confianza que de una u otra manera
depositaba en mí. Hasta ese momento el texto se presentaba como posibilidad.
Luego del vino infaltable, comenzamos a leer. Vi a un ángel y a un demonio
jugar una partida con la baraja imprecisa de nuestros sueños. Vi la escalonada
intención. El trazo de un camino en la vastedad de lo infinito.
Caminé
con ella desnudo y sin vergüenza, percibiendo en cada descanso la contundencia
de una hoguera.
Griselda
crecía desde el fondo de las entrañas de un corazón de piedra incandescente,
quebró la superficie aparente del suelo y se elevó como un monte para mirarnos
desde la memoria del tiempo.
A
quien se asome a este texto, debo decirle a modo de advertencia que habrá en
sus poesías imágenes náufragas, conjunciones, frases que maldicen toda
construcción engañosa cuando en ello hay un corazón ausente. Por ella seremos
brutalmente acosados y juzgados por su voz.
Somos
todas las cosas que existen, tras toda proximidad se huele la irremediable
distancia, como un náufrago que dialoga con la noche.
Volveré
a mirar siempre con otros ojos, a recorrer como melancólico amante el texto que
me envuelve y sabré que mis ojos hallan el mismo instante en que vuelven a construir
lo ya escrito, la furia del tiempo.
Son palabras pienso, viejos
trazos que al encadenarse develan universos. Palabras capaces de morder al
silencio en el extraño límite entre él y lo otro, entre la voz hablada y la voz
silenciosa.
Somos
capaces de todas las cosas, aún aquellas que al negarse se afirman
“ya no escribo, ni pienso, blasfemo una y otra vez”
Y de saltar sin otro pensamiento
que en el de adentrarse en uno mismo y desde allí al universo que reunimos.
Pensé
acerca de lo inútil. Miraba desde la ventana sin otra intención que el descanso
de mis ojos. Concebí estas palabras de otro modo. Olvidé lo que siempre he deseado olvidar y abandoné mi texto que
intuía violento y solitario.
¿Acaso
puede faltarle algo a una poesía que se ha vuelto poema?
Intento
respetar mi corazón y sólo puedo decirme a mí mismo: que soy amante de todo
texto que me induzca a abandonarme en él como un amante. Fue a partir de esto
que decidí que estas palabras fuesen sólo la extensión de un abrazo.
Gonzalo Vaca Narvaja
Córdoba, abril de 1993
EDITORIAL LATINOAMERICANA
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